Zona Sur - De Platja d'Aro a Blanes
La costa de los contrastes
En su último tramo, la costa expresa en toda su plenitud el calificativo de brava por el que es tan conocida y apreciada internacionalmente. Basta mirar hacia el sur desde la ermita de Sant Elm, en lo alto de la punta de Garbí de Sant Feliu de Guíxols un día de fuerte garbí o de levante, cuando la espuma de las olas estalla de forma ensordecedora contra las paredes del acantilado, para percatarse de ello.
Los farallones de roca rojiza se extienden hasta donde alcanza la vista escondiendo bajo sus elevadas paredes culminadas por espesos bosques de pinos magníficas y sosegadas playas, protegidas de los vientos dominantes, y profundas calas hendidas en la roca, en algunas de las cuales apenas caben unos pocos barcos.
Es la costa de los contrastes. El navegante puede escoger entre el silencio y la paz de las calas recónditas más pequeñas y las extensas playas de arena, o combinar ambas.
La zona sur de la Costa Brava se caracteriza por sus calas, las playas y los bosques de pinos con escarpados acantilados.
Al sur de Palamós y hasta Sant Feliu de Guíxols la costa se caracteriza por la presencia de grandes playas, solo interrumpidas por cortos tramos rocosos de costa.
La punta de Roques Blanques y la torre Valentina –una construcción del siglo XVI levantada para prevenir los ataques de los piratas, bien visible desde el mar– delimitan la playa y la bahía de Palamós, protegida del oleaje que genera la tramontana pero no del viento, lo que permite disfrutar de los deportes de vela aun cuando éste sople con intensidad.
Las playas de arena de Sant Antoni de Calonge y Torre Valentina se extienden al fondo de la bahía a lo largo de 1,5 kilómetros hasta el islote de la cala de Cap Roig, una característica roca rojiza coronada por pinos que constituye un excelente mirador. Al sur de la misma se distingue la playa urbana de la dinámica villa de Platja d’Aro, de 2,1 km de largo, al final de la que se encuentra la marina de Port d’Aro.
Desde Port d’Aro y hasta Sant Feliu de Guíxols las pequeñas calas que se adentran no muy profundamente en las rocas no permiten el acceso más que a pequeñas embarcaciones, si bien las de mayor eslora pueden fondear frente a las otras dos grandes playas de esta zona: la profunda y rodeada de pinos cala de Sa Conca, dividida en dos por un islote rocoso, y la de la majestuosa cala de Sant Pol, de arena gruesa y 700 metros de longitud, en uno de cuyos extremos se distingue una característica casa modernista y en el otro las coloristas casetas los bañistas. En verano, en el extremo norte de ésta última el fondeo debe realizarse fuera del extenso campo de boyas de amarre.
A partir de Sant Feliu de Guíxols la costa queda protegida de la tramontana gracias a los acantilados.
El reino del garbí
La villa de Sant Feliu de Guíxols y su puerto marcan una inflexión en la meteorología. Y es que a partir de la punta de Garbí, sobre la que se erige la ermita de Sant Elm y desde cuyo mirador se dice que se bautizó en el siglo pasado la Costa Brava, el navegante entra en los dominios de este viento térmico del suroeste, mientras que la tramontana cede en intensidad.
Es una costa alta y en ocasiones salvaje, de acantilados rojizos cubiertos de frondosos bosques de pinos y encinas que caen verticalmente sobre el mar.
El fondo de sus calas es a veces de guijarros y roca y en otras de arena gruesa. Muchas son de difícil acceso por tierra, lo que las hace ideales para quienes busquen calas con poca gente. En cualquier caso, todas quedan bien protegidas de la tramontana y la mayoría también del garbí.
Tras pasar la punta de Garbí encontramos la cala del Vigatà, a la que por tierra solo se accede a pie, aconsejable para el fondeo en boyas ecológicas. La primera cala que permite detenerse navegando hacia el sur es la cala Canyet. Aunque con poco fondo, permite echar el ancla en 4-5 metros de arena y es un buen abrigo de la tramontana y de los vientos del noreste.
Entre la cala Giverola y la villa de Tossa de Mar abundan las cuevas submarinas.
La cala llamada del Senyor Ramón, más al sur, es más propiamente una playa con magníficos fondos que un lugar apto para el fondeo, si bien algunas pequeñas embarcaciones locales se acercan a ella para pasar el día.
La cala Salionç, con su torre blanca bien visible y su ermita de Sant Grau, solo permite detenerse con viento de tierra, por lo que lo mejor si se quiere echar el ancla es dirigirse a la cala Futadera, a poco menos de dos millas del cabo de Tossa siempre que el viento sea de garbí. Hay que evitarla con nortes y dirigirse en este caso a la cercana cala Giverola, solo separada de la anterior por un pequeño esperón y que, esta sí, queda protegida de la tramontana y permite anclar en cinco metros de fondo.
Antes de llegar a Tossa se encuentran dos fondeaderos inexcusables: las calas Pola y Bonaa muy poca distancia entre ellas. Aunque con capacidad para muy pocas embarcaciones y expuestas a levante, son solitarias fuera de temporada. La Pola es más abierta y al igual que la Giverola tiene detrás un cámping, pero la Bona es más salvaje, se adentra profundamente en el acantilado y permite un fondeo seguro dando cabos a tierra.
En este tramo, entre la cala Giverola y la bahía de Tossa, abundan las cuevas que harán las delicias de los aficionados a explorar los fondos marinos
Tranquilas, pequeñas y solitarias fuera de temporada, las calas Pola y Bona son dos de las más apreciadas por los navegantes.
La bahía de Tossa de Mar
Tossa de Mar no tiene puerto ni es un fondeadero de referencia, aunque es un soberbio entorno para detenerse momentáneamente. La ensenada permite fondear con tramontana frente a la playa en unos 9 metros de arena o bajo la punta de Morro de Porc, aunque el mejor sea al sur de la roca de Illa de la Palma, por más que esté ocupado en verano por pequeñas embarcaciones locales y haya que vigilar los bajos. El paso entre la isla y tierra no es recomendable.
La bajada a tierra vale la pena ya que Tossa es un antiguo enclave ocupado desde tiempos prerromanos. La Turisia romana se convirtió en el siglo X en el Castrum de Tursia y en la edad media la ciudad fue donada a los condes de Barcelona y posteriormente pasó a depender del monasterio benedictino de la ciudad de Ripoll, en el Pirineo de Girona.
La bahía de Tossa, con su casco antiguo amurallado, es una de las más bonitas de la Costa Brava.
De cala en cala
Desde Tossa de Mar hacia el sur y antes de llegar a la cala y playa de Canyelles, con su acogedor puerto, donde todavía atracan las pequeñas barcas de pesca locales, se encuentran diversas calas, como la Morell y la Llevador, que harán las delicias de los navegantes antes de buscar refugio en el mismo puerto de Canyelles.
En cala Canyelles, la playa solo permite fondear fuera del campo de boyas y está muy expuesta por lo que lo más recomendable es buscar un amarre en puerto si se desea visitar los alrededores.
Desde aquí otra bahía, la de Lloret de Mar, ofrece una gran playa frente a la villa, muy concurrida, pero no adecuada para el fondeo salvo en su extremo norte, donde se encuentra la Caleta bajo el Castell d’en Plaja y el yacimiento ibérico del Turó Rodó, un rincón muy apreciado en verano y aconsejable con buen tiempo.
Las playas de Sa Boadella, de Santa Cristina y Canyelles son apreciadas por sus aguas turquesa y sus fondos de arena.
Hay que seguir hacia Blanes para encontrar el primer lugar donde detenerse, la playa de Fenals, si bien hay que estar atentos al poco fondo de arena y es muy abierta.
Hasta Blanes solo encontraremos playas muy bien equipadas que, si bien permiten fondear, quedan todas muy abiertas a levante y sur y, con norte, al estar situadas en un entorno de monte bajo, no protegen de la tramontana fuerte, aunque en esta zona ya no es tan habitual ni tan intensa como en las zonas centro y norte. Son las playas de Sa Boadella, la de Santa Cristina y la de Treumal, la cala de Sant Francesc en la que es posible anclar sobre arena frente a la playa, y la pequeña y recoleta cala de Sa Forcanera, bajo los jardines de Marimurtra y el templo de Linné, solo accesible por mar, ya que por tierra hay que cruzar terrenos privados.
El puerto de Blanes es el final y el inicio de la Costa Brava, y la imponente roca de Sa Palomera, conectada por un istmo de arena con tierra, es el punto que marca el límite donde todo empieza y todo acaba para el navegante que haya puesto en su destino una estancia de vacaciones o de paso por este impresionante litoral.
La imponente roca de Sa Palomera marca el límite sur de la Costa Brava.
Jardines botánicos
La naturaleza ordenada
Cuatro son los principales jardines botánicos de la Costa Brava, lugares de visita obligada con una flora de gran valor, explosión única de aromas y colores sin igual, con impresionantes vistas sobre el mar, oasis de pura naturaleza que invitan al paseo sosegado.
Los jardines de Cap Roig de Calella de Palafrugell, creados por el matrimonio Woevodsky en 1927, albergan más de 1.000 especies vegetales. Uno de sus símbolos es el castillo construido con la piedra ferruginosa de la zona y es uno de los más variados de Catalunya. Ofrece cinco visitas guiadas y en verano se organizan exposiciones, el festival internacional de música que lleva su nombre y numerosos actos culturales.
Los jardines de Santa Clotilde se hallan en un entorno de gran belleza, en un acantilado sobre la costa de Lloret de Mar. Diseñados en 1919 por el arquitecto y paisajista Nicolau Maria Rubió i Tudurí, son una muestra del espíritu del movimiento novecentista catalán. Destacan por la clara influencia italiana, en coherencia con el entorno arquitectónico. En el recinto destacan varias esculturas de mármol, que contrastan con la extensa variedad de plantas.
El jardín botánico de Marimurtra es el balcón de Blanes sobre el Mediterráneo. Lo creó en 1921 el científico alemán Karl Faust, y años más tarde pasó a ser uno de los más importantes de Europa. Reúne más de 4.000 especies vegetales de todo el mundo, la mayoría exóticas, con ejemplares como palmeras de Chile, bambús o árboles africanos entre otros.
Ferran Rivière de Caralt fue el creador en 1954 del jardín botánico Pinya de Rosa, que en sus 50 hectáreas permite contemplar cerca de 7.000 especies de diferentes géneros procedentes de su hábitat natural, viveros o colecciones particulares. Destacan las colecciones de aloes, ágaves, yucas y opuntias, muchas de ellas consideradas las mejores del mundo.
Los jardines botánicos son espectaculares miradores sobre los acantilados que dominan el horizonte.
Información y reservas
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Jardins de Pinya de Rosa
Camí de Santa Cristina, s/n 17300 Blanes (Girona)
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Jardins de Marimurtra
Pg. de Carles Faust, 9 17300 Blanes (Girona)
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Jardins de Santa Clotilde
Paratge de Santa Clotilde 17310 Lloret de Mar (Girona)
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Jardins de Cap Roig
Camí del Rus s/n 17210 Calella de Palafrugell (Girona)
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